La dura vida del autónomo vista por un traductor jurado
En muchos artículos se habla sobre lo difícil que es ser autónomo. Quizás algunas profesiones, como la mía, traductor jurado, sean más complicadas para este régimen económico de trabajo. Además de la dificultad de no tener paro (porque las condiciones para pedirlo son ridículas o poco convenientes), de empezar cada mes con -300 por tener que pagar la cuota de autónomo o de tener que hacer frente a todo tipo de trámites burocráticos, ser autónomo es complicado porque es como pertenecer a una secta o religión. Una vez que lo eres, ya no afecta solo lo económico, sino que afectará a tu vida familiar, emocional, sentimental, a tu salud y hasta a tu modo de ver la vida. Por eso me animé a escribir este artículo sobre la dura vida del autónomo vista por un traductor jurado. Mi experiencia al pasar por dos de las peores situaciones que he tenido que vivir.
En este artículo quiero describir una de las experiencias más difíciles de mi vida de autónomo. Si bien dedicamos este espacio siempre a artículos académicos, de opinión sobre la profesión o «serios», en esta ocasión lo escribiré desde el corazón y desde mi sentimiento, para lo cual me tomo el atrevimiento de utilizar el lenguaje más familiar que tengo, que es mi dialecto porteño.
Durante los últimos años son muchos los que se me han acercado a preguntarme si yo era «el de la gallina«. Incluso algunos clientes me han contratado al leer en alguna parte que yo era «animalista». Lejos de un elemento de marketing, mis compañeras en la vida eran mi familia y, cuando alguien me identificaba gracias a ellas, me enorgullecía y sentía que debía estar haciendo lo correcto. Soy animalista desde hace mucho tiempo y en mi labor como traductor jurado he rechazado proyectos por estar relacionados con el maltrato o la experimentación animal, así como también por venir de empresas que violan sistemáticamente los derechos humanos en diversos países del mundo. Muchos dirán «es que si no lo hace uno ya lo hará otro». Bueno, que lo haga otro. Pero alguien debe levantarse y decir NO a estas empresas o personas.
A comienzos de este verano, mi adorable gallina Cucú comenzó a tener varios episodios de peritonitis. Si bien esta enfermedad es casi fatal en personas, en gallinas es muy grave pero se puede tratar. Al ser un animal caído de un camión rumbo al matadero y rescatado de la carretera, Cucú no era una gallina «de raza», sino una especie de engendro industrial hecho para poner un huevo al día. Durante años eso hizo, poner un huevo al día, hasta que empezaron a enquistarse y romperse en su oviducto. La única solución para evitarlo era operarla, pero las posibilidades de sobrevivir a una operación eran muy bajas incluso estando sin peritonitis, por lo que preferí arriesgarme y tratar cada episodio antes que condenarla a una posible muerte inmediata. Pero tras el cuarto episodio de peritonitis, el veterinario encontró seis huevos trabados en su oviducto, algunos podridos, además de una masa tumoral. La única solución era operar. Las posibilidades de supervivencia eran del 20%. Como Cucú tenía roto el oviducto por la presión de los huevos y la peritonitis empeoraba, nos arriesgamos. El resultado fue bueno. La gallina logró superar los cinco primeros días, los más peligrosos. Fue recuperándose poco a poco.
A la vez, mi querida gata Lulú, el amor de mi vida, había empezado a toser y se le diagnosticó una neumonía. Tras una reacción a los antibióticos que le produjo convulsiones, los veterinarios le hicieron todas las pruebas habidas y por haber para descartar cualquier otro problema. Como no se encontró nada, se continuó con el tratamiento para la neumonía (primero antibióticos para eliminar cualquier patógeno y después corticoides para tratar la inflamación). Pero la gata dejó de comer. Parecía ser que tenía una muelita con un absceso, por lo que se le operó la muela y posteriormente se comenzó el tratamiento con corticoides. Tras unos días de corticoides, la gata seguía sin comer, pero al menos ya no tosía. Hasta que comenzó a toser de golpe de nuevo y, al salir corriendo al veterinario, nos topamos con un derrame pleural. La neumonía empeoraba. No se sabía si podía deberse a un tumor, ya que no aparecía nada ni en el TAC, ni en los rayos X, ni en ninguna de las pruebas, ni siquiera en el lavado bronquial. Como no comía, la prioridad era que lo hiciese, por lo que se le colocó una sonda esofágica para introducirle comida por un tubo. Pero tras hacerlo la gata comenzó a vomitar lo que se le administraba. Parece ser que, tras las varias sedaciones y anestesias para las pruebas, la operación de la muela y la colocación del tubo, Lulú tenía un fallo renal agudo (puntual), por lo que había que recuperar eso antes de proseguir con nada más. En apenas 3 días sus niveles de creatinina habían bajado a más de la mitad, algo sorprendente.
Todo esto sucedía a la vez, lo de la gallina y lo de la gata. Hasta que llegó el domingo 4 de octubre de 2015. El día anterior habíamos ido a buscar a la gallina, que ya estaba dada de alta. Vino a casa y, durante todo el sábado, se dedicó a comer sin parar sus cosas favoritas, jugar, dormir y estar con nosotros. A la noche su estado empeoró, con tos y estornudos, por lo que la llevamos de urgencia al veterinario por si acaso. La dejamos internada, ya que había que administrarle oxígeno. Confiábamos en que una gallina tan pero tan superviviente podía salir adelante. Y la mañana del domingo 4 de octubre acudimos al hospital a ver a Lulú, también internada, que había estado recuperándose muy bien de su fallo renal. Entramos y se puso contenta, pero comenzó a ponerse azul. Salimos corriendo a la sala de rayos X y pudimos ver que tenía otra vez agua en los pulmones (derrame pleural). Tuvimos que drenar ese líquido, a riesgo de que no saliese adelante. Lo hicimos y no logramos sacar tanto como esperábamos. El estado de los pulmones no era muy bueno. En un momento de calma justo al terminar de sacar las agujas de sus pulmones, sonó el teléfono. Era el otro veterinario, el de exóticos, para decirnos que Cucú había fallecido, que no había podido resistir debido a la metástasis del tumor extirpado. Sin tiempo para estar de luto, continuamos al lado de Lulú, destruidos pero firmes y dispuestos a destinar toda nuestra energía a la otra enferma. Durante todo el domingo la gata mejoró notablemente, pero a la noche otra vez volvió a ponerse mal y hubo que drenarle los pulmones dos veces. Se hacía pis y caca porque no podía caminar de lo débil que estaba, respiraba con la boca abierta y estaba muy mal. Todos los veterinarios avisaron que esto solo podía ir a peor, o sea, que los derrames tardarían cada vez menos tiempo en venir hasta ser continuos y que no había nada que hacer. Mi pareja, veterinaria, continuó drenando y haciendo lo imposible hasta que, 3 horas después, vimos que no podíamos seguir sacando agua de los pulmones para siempre y que solo íbamos a prolongar el sufrimiento. Por primera vez me tocó tomar esa decisión, esa terrible decisión. Nunca pensé que fuese a poder hacerlo. Pero cuando ves a sufrir a alguien que lo significa todo para vos y que te hizo tan feliz, al final ya no es una decisión de no querer ayudar más o de querer abandonar, sino que es una decisión de amor, de respeto, de dignidad. En clases de budismo nos enseñan sobre el apego y la necesidad de «soltar» y «dejar ir». Hasta ese momento, no tenía idea de lo que realmente significaba eso. Fue la decisión más dura de mi vida. Hasta el equipo veterinario que nos asistió lloraba tras habernos visto pegados a la gata durante mañanas, tardes y noches, semana tras semana.
Durante estos tres meses de enfermedad y tratamientos mi pareja y yo dejamos de dormir, de comer, de vivir. Estuvimos las 24 horas a disposición de los animales. Cada 2 horas había que darle de comer a Lulú o pinchar a Cucú. Dormíamos en el sofá, con la ropa puesta, con los transportines preparados para salir corriendo. Mi casa pasó a ser una farmacia, llena de cajas, jeringas y líquidos de todo tipo. Llegó un momento en que los veterinarios me preguntaban si yo también era veterinario, por la forma de hablar y de describir procedimientos y productos. Si hubiese sido necesario para curarlas, hubiera dejado todo y me habría sacado el título de veterinario también. Tres meses de lucha sin descanso, de sentimientos encontrados, en los que el dinero dejó de importarme sin más. Además del inmenso gasto en veterinarios, estaba también el tiempo invertido, la falta de tiempo para trabajar, las dificultades para mantener la concentración. Aprovechaba cada momento de mínima paz y de buenas noticias para sacar fuerza para continuar, para no dejar tirados a los clientes, para no abandonar tantos años de lucha como autónomo. Las últimas dos semanas prácticamente no trabajé. Hice lo imposible por conseguir que compañeros de confianza me ayudasen y acepté el trabajo que no podía rechazar (clientes habituales, importantes, etc.).
En tantos años como traductor jurado autónomo nunca me había tocado enfrentarme a algo así. Se dice que los autónomos somos inmortales, que no podemos enfermarnos, etc. Es cierto. Pero cuando te tocan «lo tuyo» y no es algo de uno mismo, la cosa cambia. Ya no es no poder enfermarse uno, sino que se te enferme la familia. Conozco casos de amigos autónomos que tienen familiares enfermos y viven para trabajar para poder costear sus tratamientos, o que hacen malabares con sus hijos llorando mientras siguen contestando al teléfono y trabajando de noche mientras los niños duermen. Gente que no sale en Instagram ni da conferencias. Gente que no sube selfies de sus nuevos Levi’s ni que puede viajar a Australia. Pero es gente que lo da todo no solo en su trabajo, sino para su familia y amigos. Profesionales como pocos, que hacen grandes a las profesiones que ejercen, entre ellas, la de traductor. Ellos fueron mi fuerza y mi ejemplo, mi inspiración. Desde esta página les mando un saludo y mi más sincero agradecimiento por ser como son, unos luchadores impresionantes. No tengo palabras para agradecer asimismo el esfuerzo, el apoyo, la compañía y el cariño de mis más allegados, mi novia, mi madre y mis amigos. El día que me toque irme a mí, si existe alguna luz, correré hacia ella con más ganas sabiendo que me esperan los animales más maravillosos del mundo y la mejor abuela del planeta.
La vida sigue. Y los autónomos tenemos que ser indestructibles. No queda otra y nadie nos lo pone fácil. Y hay que seguir, por uno mismo y por ellas, las personas a las que tanto amamos. Sin embargo, no podemos olvidarnos de vivir, de ser quienes realmente queremos y no enroscarnos en hipocresías o apariencias que nos hagan no dedicar el tiempo a lo que realmente queremos ser o a los seres que amamos. Ser autónomo es durísimo, pero también es como la vida, es lo que nos hace resurgir una y otra vez para demostrarnos que podemos salir adelante, que el único límite es nuestra mente y que debemos trabajar para vivir y saber parar cuando sea necesario. Ahora toca honrar los buenos recuerdos con mis dos amigas, hermanas, compañeras. Ahora toca ser feliz, por ellas. En todo este tiempo llegué a plantearme si valió tanto la pena esforzarme tanto en ciertos momentos de mi vida, si no debí utilizar todo ese tiempo para estar, por ejemplo, con mi gata Lulú. La respuesta me la dio mi madre, que tras 34 años sigue dándome lecciones de vida como si fuera un bebé: «Realmente no importa el tiempo que dediques a algo o a alguien, sino que, cuando lo dediques, lo sientas de verdad y les des lo mejor de tu corazón«. Y no, no es que duela menos. Simplemente, uno se acostumbra a soportar ese dolor.
Siento mucho por lo que has pasado. Yo también soy autónoma y también he tenido que pasar por una situación así de dura por mi perrillo que murió en febrero con 15 años. Solo quiero darte ánimos. Es una pena que a los autónomos no nos compensen un poco más la mala vida que nos dan y el inmenso esfuerzo que hacemos por mantenernos. Creo que sin nosotros, el país tendría una aspecto muy distinto y, para conseguirlo, tenemos que sufrir y luchar mucho. ¡¡Ánimo!!
Gracias Elena. Solamente quien ha perdido a alguien especial sabe lo que significa esto. Algunos creen que los animales son menos que las personas. Otros creemos que los animales y las personas no son ni superiores ni inferiores, sino que depende de ellos, de nosotros y de la relación que mantengamos. Lamento mucho lo de tu perro. 15 años también es una barbaridad. Espero que en todo ese tiempo hayas compartido con él las mejores experiencias y que su recuerdo viva para siempre en tu corazón. Un gran abrazo.
Ya y sabemos lo que es- ( vivo con mi hija que a su vez se le han muerto dos amores recogidos ya hace años, cuando ya de veras no había nada que hacer.) Ahora la que está tan enfermita con esa tos – que la oigo y se me cae el alma a los pies, es mi perrita que ya también, tiene sus doce añitos ( otra que vino de la calle) – Estos son cosas que tal vez gente sin animales no pueda entenderlo —
Un cariñoso saludo
Gracias Christina. Tal cual, los que no han tenido una relación tan especial no lo pueden entender. De la misma forma que a veces un amigo es más hermano que un hermano de sangre, a veces un animalito es más familia que la propia familia o más amigo que los propios amigos. Gracias por compartir tu historia. A pesar de que no sirve de consuelo, debemos intentar tener presente que les damos la mejor vida, hacemos todo lo que podemos. Estoy 100% seguro que la perrita, con sus 12 años, no ha podido ser más feliz. Espero que mejore, de verdad que lo deseo de todo corazón.
Un abrazo.
Traductor Jurado
Me siento totalmente identificada contigo, yo también soy autónoma, y no solo he tenido que hacer de lado mi tarea como traductora jurado, sino que además me involucré en otro proyecto, pensando que éste me traería más y mejores beneficios y ahora lo único que tengo son problemas y deudas por intentar montar una empresa siendo autónomo y que ésta no haya funcionado, y solo me queda pagar y pagar. Así no hay quien pueda vivir, al final nuestra salud se ve afectada y las preocupaciones no dejan de cesar. Saludos
Gracias Jennifer por tu sinceridad y por compartir tu experiencia. Ser traductor jurado es complicado pero no hay que bajar los brazos. Espero que todo vaya poco a poco mejor.
Traductor jurado
Hola Rodrigo,
Bastante tarde para comentar tu conmovedor relato, pero acabo de leerlo hoy mismo. No sabía que se podían tener gallinas como compañeros de piso. Me alegro y te agradezco que lo hayas publicado y de que des tu opinión en relación con la conducta sostenible ante traducciones solicitadas por determinadas empresas. Debería hacerlo todo traductor-intérprete jurado.
Por otra parte me identifico contigo (y con las personas que han tenido vivencias similares) en lo siguiente: 1- Me gustan mucho los animales (en casa hemos tenido entre otros animales dos perros y dos gatos –uno de estos últimos vive con nosotros-); 2- El año pasado se nos murió la gatita y me quedé muy triste por lo que mi hija trajo un gatito con casi un mes de vida que hemos sacado adelante y, actualmente, con sus 18 meses nos alegra y “habla” todos los días; 3- Desde hace unos años soy también autónomo intermitente con muchas dificultades para generar ingresos; 4- Ahora estoy considerando preparar los exámenes de traductor jurado para el año que viene.
Espero que estéis recuperados y que sigas con tu actividad de traductor-intérprete jurado autónomo. Gracias y recibe un saludo.